Vidas escritas by Javier Marías

Vidas escritas by Javier Marías

autor:Javier Marías [Marías, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-01T05:00:00+00:00


Rudyard Kipling sin bromas

Pese a lo muchísimo que viajó, la figura de Rudyard Kipling se asemeja a la de un recluso o un ermitaño. Nació en la India, trabajó como periodista, muy joven alcanzó la fama, visitó el Japón, Canadá, Estados Unidos, Brasil, Ceilán, Sudáfrica (por mencionar sólo lugares distantes), y sin embargo la impresión que transmite su personalidad es la de un individuo recatado y huraño, ensimismado y desdichado sin causa. Uno de sus poemas se tituló «Himno al dolor físico», y su alabanza se fundamentaba en la capacidad de ese dolor para borrar y anular el remordimiento, la pena y otras miserias del espíritu. El hombre parecía hablar con conocimiento de causa, por lo que cabe deducir que estaba desesperado. En otro de sus poemas, titulado «Los inicios», lo que se puede leer es una apología del odio, y por mucho que las circunstancias de la Gran Guerra contribuyan a explicarlos, los siguientes versos no dejan de producir cierto escalofrío: «No se predicó a la masa, / ni lo enseñó el Estado. / Nadie lo pronunció en voz alta, / cuando empezaron a odiar los ingleses». El propio Kipling reconoció en una ocasión que era perfectamente capaz del odio personalizado y lento para olvidar, lo cual no quiere decir, por suerte, que llevara a la práctica sus aborrecimientos, esto es, que se dedicara a maquinar venganzas: más bien, en armonía con el resto de su personalidad, rumiaba sus aversiones y las alimentaba sólo en su reconcentrado pecho.

La verdad es que se le conocieron pocas amistades, tanto entre sus colegas escritores como entre laicos. Quizá su mejor amigo fue Wolcott Balestier, un americano que murió demasiado joven para que se cumpliera aquí el adagio de Wilde: «La amistad es mucho más trágica que el amor: dura más tiempo». Sin embargo Balestier le dejó en herencia un libro que escribieron en colaboración, El Naulahka, y el amor precisamente, en la forma de su hermana Caroline o Carrie, que se convirtió en la señora Kipling. No parece que este matrimonio, con el encantador cuñado ya muerto, fuera muy celebrado ni demasiado alegre, al menos en sus comienzos (el resto pertenece al misterio de los reclusos). Henry James, otro de los escasos amigos de Kipling y veintidós años mayor que él, fue el encargado de entregar a la novia durante la ceremonia, pero su informe posterior al respecto da a entender que actuó con bastante reluctancia, por emplear un anglicismo: «Era la hermana del pobre Wolcott Balestier, y es una personita dura, devota, capaz y sin carácter, con la que no entiendo en absoluto que él se haya casado. Es una unión cuyo futuro no pronostico, aunque la entregué en el altar: una espantosa y pequeña boda, con la sola asistencia de cuatro hombres, la madre y la hermana de la novia postradas con gripe». Más enigmático y preocupante resulta el comentario del padre de Kipling: «Carrie Balestier», dijo, «era un buen hombre demasiado consentido». James no era caritativo, y tras haber



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